sábado, 6 de diciembre de 2014

Más allá de la piedra


Lo magnífico de la fotografía es su capacidad para traducirnos incluso a nosotros mismos algo que tenemos en mente y no sabemos verbalizar. Ésto me pasó con ésta fotografía que contiene todo un argumento que fui rumiando mientras paseaba por esta capilla parisina cercana al Panteón del Barrio Latino. Como si fuera una extensión de mí con la que poder dialogar, es mucho tiempo después cuando entiendo qué estaba pensando.


 Cada vez que entro en una edificio de la Iglesia de Roma no puedo desligar lo que veo de su contexto histórico y lo que ésta pretendía y aún hoy pretende significar. Pensaba en las religiones y en un caso concreto de unos conocidos creyentes que atraviesan graves dificultades personales: todos tenemos decepciones y tristezas en la vida. Y todas las cosmologias sin excepción tiene sus puntos luminosos y sus puntos oscuros. Cada cual elige qué quiere creer o dejar de creer.


Como muchos saben, vivo en el mundo de los grises ideológicos. Y creo que es así porque, en parte, me siento observar el cristianismo desde una posición privilegiada.Yo accedí a la doctrina cristiana "sin adulteraciones", sólo el Canon Revelado, leyendo y escuchando por cuestiones familiares a quienes no tenían intención de justificar antiguos ritos y costumbres sino explicar simplemente el mensaje de Cristo. Esto constituyó un punto de partida interesante para analizar el mundo cristiano en general y para entender que, era un manual de instrucciones para el alma que, a pesar de su sencillez, ha sido mancillado y malinterpretado a propósito y de forma egoísta y cruel.

Llegado cierto momento, normal en el desarrollo de cada persona, me desligué del compromiso de ese mundo, si bien lo tengo presente. Pero a pesar de mi espíritu aún crítico con la visión romana, el arte, la belleza y su erotismo una vez más le hacen dudar a uno: un ateo puede valorar la belleza de los tonos que adornan las paredes eclesiales proveniente de gigantescas vidrieras, o la mayoría de aspectos no tan relacionados con la semántica romana aunque sí con la espiritualidad humana, como la grandilocuencia de las catedrales góticas y la pequeñez que se siente uno en ellas; es decir, su valor artístico. ¿Habríamos tenido estas construcciones ensoñadoras de no haber sido por todo un engranaje religioso-político-social ? Y por contra, ¿tenemos derecho a tenerlas, sabiendo que parte de las cuales significaron tal sufrimiento directa o indirectamente?
Esta ambivalencia de ideas, de contrastes, de éste <<termómetro de grises>> donde me gusta decir que me muevo y a muchos les ennerva, cada vez se asienta más en mi forma de pensar. 


Y ésto hace que, excepto en pocas áreas de la realidad -en las que las cosas suelen ser lo que son, de forma absoluta, y sólo depende del individuo aceptarlas o creerse mentiras- en todas las demás siento que no tengo derecho ninguno a decir a nadie cómo ha de pensar, mucho menos en qué creer.

En realidad todos estamos en la misma brecha. Todos somos traductores de nuestra propia existencia. Y cada cual se busca su código.
El creyente se aferra en religiones, pudiendo elegir infinidad de ellas, a las que se agarrará con fuerza y negará, maldecirá y patalerará contra el que intente arrebatarle su convicción: así se siente seguro, con una explicación clara, “inalterable” y más o menos sencilla de cómo son las cosas.
El ateo por otro lado se aferra a su no-creencia, tan firme e ilógicamente como el anterior. De igual forma, se agarrarán con fuerza y negarán, maldecirán y patalearán contra el que intente arrebatarle su convicción de asentido y azarosidad y caos. Entre estos hombres hay multitud de clanes y todos lucharán contra los demás y contra sí mismos, disputándose el pastel de la moralidad y los significados eternos, incluso de aquellos que escapan de su jurisdicción.
El hombre pragmático lo veo como el que se adhiere a cualquier de las múltiples escuelas griegas, el esteta, el que define su vida por un deporte o afición, y también al hombre del siglo XXI que bucea entre la vorágine de lo material, la prisa y la irreflexión.
El último hombre, más próximo a mi opinión, estudia su existencia pero no olvida que el sentido de la vida es la vida misma.

Todos tienen una opinión. Sin atender a etiquetas de religión, etnia o procedencia todos sufren, todos son felices o infelices, todos sangramos. Hay cristianos asesinos, chiítas dadivosos, budistas racistas, lolitas japonesas...El sol se levanta por el Este y se pone por el Oeste para todos. Y mientras los dos primeros hombres luchan y el tercero se entrega a su propio salvajismo, yo deseo rascar toda superficie humana hasta desnudarla. 

Quiero se un bárbaro espiritual: entrar en el corazón de los hombres y destruir sus estatuas, derribar sus oscuros edificios, sus minaretes, sus rascacielos, su banca, quemar sus cuadros, sus muebles, desnudarlos y sacarlos al soleado valle. Intento hacer verles que sus edificios, reliquias, costumbres, fiestas y juguetes no eran sino muletas, útiles en una etapa de la historia a lo sumo, pero que ya no tienen sentido. Cuando la humanidad era niña pensaba como niña, pero ya no debería. Apoyo el dharma espiritual y la contracción y expansión naturales de la vida. El romano occidental creó estatuas desalmadas. Ha magnificado el concepto, la ciencia, definiendo la luz y el sol, olvidando sentirlo.
Es éste el sol que veía yo a través de la vidriera de aquella iglesia. Una luz que pugnaba por entrar en el corazón que albergaban esas piedras y que en un momento consiguió iluminar a ese viejo y anquilosado ángel de bronce que, simbolizando divinidad permanecía en oscuridad rodeado de un santuario de frías piedras.


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