Escenas



La Serena by Azam Ali on Grooveshark

Dedicado a SGL,

Una tormenta de arena se arremolina sobre el pequeño oasis inmóvil. Pero no una voraz vorágine, sino una leve danza en el aire, que se eleva poco a poco como las caderas de una bailarina, ascendiendo hasta su mirada. Se pierde en la nube de sus pensamientos, abstrayéndose en esa danza invisible: ahora se eleva, sus brazos fantasmales de unen sobre el cuello imaginario, y gira sobre sí. 
La superficie del oasis tintinea, y el Ispani vuelve a la realidad, desvaneciéndose su visión. Está sentado frente a lo que es su oasis desaparecido, que es un vasito humeante de té. Fuera escucha el silbido del céfiro desértico, y un lejano violín del resto del campamento. 
Echa una mirada a su mujer, que intenta en vano afanarse en su lectura. Está echada sobre su costado, apoyada su mano en la su frente, y sus largas piernas sobre los cojines. Tampoco ha tocado su té, y evita cruzar la mirada con él, recogiéndose su pelo negro tras la oreja. El Ispani sabe que no lee y sólo pasea su mirada sobre las letras y los grabados mecanos de las páginas. Se acaricia el lóbulo, como siempre hace cuando intenta parecer relajada. No sabe qué decir. El combate ha quedado en tablas hace rato, cuando el té aún estaba caliente.  Casi no recuerda por qué discutían.  La tienda se mece con cada embestida, afuera la arena intenta penetrar el tejido, sin éxito. Intenta no hacer un sonido, temiendo que la frágil tregua se rompa, y en cuanto el té cesa de rezumar, se incorpora sin descruzar las piernas y agarra la funda del violín. Intenta no mirarla, para no causar más furor, mientras coge la manta de zahara, su yegua. Sabe que ella está atenta a cada movimiento, intentando mostrar su ira y que él se arrodille y le pida perdón. 
Pero él no lo hará. No ahora. Sería como arrojar agua fría a la sartén incandescente. No es bueno para la sartén. Y de seguro, mucho menos para el agua.

Fuera el aire fresco de la noche le hace encogerse. Aún quedan compañeros festejando junto al fuego, unos metros alrededor. Alguien puntea un rabab tras de sí, y otro improvisa unos notas en la alghaita, acompañándole mientras echa la manta sobre Zahara. Nota que su mente vuelve a la tristeza y, sin dejarse abandonar al dolor, monta rápidamente y jalea a Zahara para que corra.

Los bedus observan al jinete desaparecer tras las dunas a galope tendido.

Durante media hora no piensa en nada. Se concentra en las ayudas a Zahara, para subir y bajar las dunas sin resbalar. Ella también parece disfrutar del galope nocturno. Alcanza una zona rocosa y la trepa con ella. Acaricia a su yegua al alcanzar la cima, desde donde observa a lo lejos el campamento, como pequeñas figuras de porcelana naranja.
Ahora entiende porqué la el falso cliché de que se amen más a los caballos que a las mujeres en Arabia. Zahara lo entiende bien.

Sonríe para sí. Nunca lo dirá a nadie, por supuesto.

Toma aire profundamente. Recuerda que los saudís miran excépticos a los extranjeros soñando con el desierto. Tanto como un celta lo haría, viendo a un árabe soñando con el bosque.  Sólo hace dos noches que salieron de Riyadh.

El Ispaní siente como la ira acumulada es arrastrada de sí con el viento y se va muy lejos, quizá hasta el mar.  Casi no recuerda por qué pelearon.  Pero sí recuerda cuánto tiempo pasó hasta que se vieron por segunda vez en el aeropuerto de Frankfurt, y comenzaron su viaje juntos aquella noche en el hotel.

Zahara piafa, impaciente. - "Asif Zahara, estaba pensando". Le da unas palmaditas, resuelto a relativizar  la situación. No necesita el violín. Su música está en la tienda, a algo menos de dos kilómetros de él.

Camino de regreso, observa su sombra seguirle dunas arriba y abajo. Levanta una nube de arena, que le recuerdaa fugazmente a las escenas del opening de The Horse Whisperer, la película. Está viviendo su sueño, qué más da quién tenga razón. Sólo tienen unos días para ellos maldita sea, para qué perderlos así.

La tienda está a oscuras. Debe haberse acostado. Duda por unos instantes, pero no desea acostarse junto a ella enfadados. "No debe ponerse el sol sobre nuestro enojo", como aprendió de joven. No acaba su frase mental, porque le sobresalta una vela que se enciende de improviso. Una mano le ofrece desde los cojines un té recién hecho, envuelto en su aroma de menta, y tras de sí una media sonrisa de la cara más hermosa del mundo. "Pardonnez-moi" comienza a decir, como si en francés sonara más humilde. Ella toma un traguito de té y le mira esperando el de su novio, que lo apura sin miramientos sin dejar de mirarla a los ojos.

Derraman el té sobre los cojines, beso sabor té con menta. Ella apaga la vela.
Alguien escribió que en Oriente, lo que separa a un hombre y una mujer, es la luz.


image resource: http://3rdbillion.net/2013/10/desert-night/
image 2: http://desert-winds.deviantart.com/
image 3 http://blog.africageographic.com/africa-geographic-blog/travel/adventure-and-sport/horse-sleep-out-in-the-namib-desert/

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